Dios, háblame…

por | Oct 2, 2024 | Sin categoría

Es una petición que de continuo escucho que las personas le hacen a Dios, pero en la época actual no se sabe hablar con Dios o mejor dicho, no se sabe escuchar a Dios.  Las noticias a nivel global – que casi siempre son negativas – nos abruman, nos desconsuelan, nos hacen incluso perder la esperanza en un mundo mejor. Sin embargo, en nuestro corazón existe esta frase que a veces se deja escuchar con fuerza y otras veces es casi un susurro y algunas veces más es como un grito desesperado…¡DIOS HÁBLAME!

También he llegado a escuchar en múltiples ocasiones: “Dios no me hace caso”, “Dios no me responde” y observo que algunas personas esperan una respuesta extraordinaria por parte de Dios… y no ocurre… y encuentran tristeza y frustración – en el mejor de los casos lo vuelven a intentar- y en otros, se olvidan de Él, porque no se da la respuesta que ellos se imaginan les tiene que dar Dios.

La respuesta de Dios a nuestra petición de que nos hable está tan cerca, tan cerca que por eso no la percibimos, es como cuando buscamos nuestros anteojos porque pensamos que los perdimos y los traemos puestos.

La palabra de Dios está en las Sagradas Escrituras, fuente de toda la Sabiduría y Amor de Dios para el hombre, ahí me habla Dios a mí de manera concreta, es una palabra viva y eficaz que se actualiza día a día.

Sólo hay que abrir la mente y el corazón, dejar que el Espíritu Santo me guíe a través de la Palabra que voy leyendo, para esto hay que estar en una actitud interna atenta y receptiva.

¡Effetá!, ¡Abrete! le dice Jesús a un sordo que le presentaron, que además apenas podía hablar; Jesús, “apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7, 33). Y nos dice el evangelista Marcos que al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.

Si tú eres de las personas que le pide a Dios que te hable, déjate tocar por Él, deja que te abra los oídos y te destrabe la lengua para poder escucharlo y entablar un diálogo.

Una vez que tenemos oídos atentos a la Palabra de Dios, hay que abandonarse a ella, como un niño confía estando en los brazos de su madre.

Al escuchar a Dios no podemos quedarnos ajenos, mueve nuestro corazón y espontáneamente nuestra lengua se destraban y hablamos de lo que hay dentro de nosotros, entramos en un diálogo de amor.

Colaboración: Sergio Alberto Alcaraz. Alumno IPB-SCA