Es una petición que escucho de continuo, que las personas le hacen a Dios. Pero, en la época actual, no se sabe hablar con Dios, o, mejor dicho, no se sabe escuchar a Dios. Las noticias a nivel global – que son casi siempre negativas – nos abruman, nos desconsuelan, nos hacen incluso perder la esperanza de un mundo mejor. Sin embargo, existe en nuestro corazón esta frase que a veces se deja escuchar con fuerza y otras, es casi un susurro, más aún, es algunas veces un grito desesperado: ¡Dios, háblame!
También, en múltiples ocasiones he llegado a escuchar: “Dios no me hace caso”, “Dios no me responde”. Observo que, algunas personas esperan una respuesta extraordinaria por parte de Dios, cosa que no ocurre, lo que les provoca tristeza y frustración. En el mejor de los casos, lo vuelven a intentar, y en otros, se olvidan de Él, porque Dios no les da la respuesta que ellos imaginan les tiene que dar.
La respuesta de Dios a nuestra petición a que nos hable está tan cerca, tan cerca que por eso no la percibimos. Es como cuando buscamos nuestros anteojos, pensando en que los perdimos, siendo que los traemos puestos.
La respuesta de Dios está en las Sagradas Escrituras, fuente de toda la Sabiduría y Amor de Dios para con el hombre, ahí me habla Dios a mí, de manera concreta. Es Palabra viva y eficaz, que se actualiza día a día. Sólo hay que abrir la mente y el corazón, dejar que el Espíritu Santo me guíe a través de la Palabra que vaya leyendo, para lo cual, hay que tener una actitud interna atenta y receptiva.
¡Éfeta!, ¡Ábrete! le dice Jesús a un sordo que le presentaron, quien además apenas y podía hablar. Jesús, “apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua” (Mc 7, 33). Y nos dice El evangelista Marcos, que al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y habló correctamente.
Si tú eres de las personas que le pide a Dios que te hable, déjate tocar por Él, deja que te abra los oídos y destrabe tu lengua para poder escucharlo y entablar un diálogo con Él.
Una vez que tengamos los oídos atentos a la Palabra de Dios, habrá que abandonarse a ella, como confía un niño, estando en los brazos de su madre.
Tras escuchar a Dios, no podemos quedarnos ajenos, ya que Él mueve nuestro corazón, por lo que espontáneamente nuestra lengua se destraba y empezamos a hablar de lo que llevamos dentro de nosotros, es entonces, cuando entramos en un diálogo de amor.
Colaboración: Sergio Alberto Alcaraz. Alumno IPB-SCA