“¿Hay vida después de la muerte? ¿Qué pasará conmigo cuando muera?” son las preguntas del ser humano a lo largo de toda su existencia.
Una respuesta no cristiana y muy popular es: “¡vamos a reencarnar!”
La reencarnación, supone que el alma viene a la vida actual desde cientos o miles de generaciones atrás, jugando diferentes roles, superando actitudes y formas de ser de sí misma, hasta alcanzar un nivel máximo y pleno de su existencia. Sin embargo, la persona no recuerda sus vidas pasadas, lo cual, le impide reconocer qué es lo que tiene que mejorar en pos de lograr dicha supuesta plenitud.
La respuesta cristiana es una, clara y concisa: “¡Por gracia de Cristo, vamos a RESUCITAR a la Vida Eterna!”
En efecto, sin tener que practicar técnicas humanas y espirituales, todo cristiano sabe de dónde viene y a dónde va. En el momento en que cada persona es concebida, es, entonces, cuando comienza su historia terrenal. Antes de eso, no se existe, salvo en la mente de Dios; quién, además de concebirnos desde la eternidad, conoce nuestra misión en la tierra. Tal cual, lo dice el profeta Jeremías: “Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes que nacieses, te había yo consagrado profeta” (Jr 1,5). De igual manera, lo señalan el profeta Isaías (Is 49,1.5) y el apóstol san Pablo (Ga 1, 15; Rm 8,29).
El Plan Divino es único, exclusivo e intransferible para cada ser humano. Inicia desde cero, sin ningún antecedente, como lo señala la Sagrada Escritura. Igualmente, Jesús, el Hijo de Dios (Jn 1,18) nos revela el fin último del hombre: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, no os habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros”. (Jn 14,1-3)Así pues, cuando suceda el momento de nuestra muerte, Dios nos ofrece una vida nueva: la Vida Eterna.
“La muerte es el final de nuestra vida terrena” (CIC 1007), pero, al mismo tiempo, el comienzo de una vida eterna,ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez…” (Hb 9, 27) “No hay “reencarnación” después de la muerte” (CIC 1013). “Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la Resurrección, Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.” (CIC 1016)
La Vida Eterna es garantía otorgada por la muerte y RESURRECCIÓN de Jesús (Lc 24,1-8) que ha abierto las puertas del cielo. De manera que estamos predestinados a ella, y sólo a ella, para gozar de la Gloria del Padre por la Eternidad. ¡Qué maravilla! Cuando mi muerte terrena suceda, continuaré existiendo, siendo yo misma en un cuerpo espiritual, eternamente en la casa del Padre.
¿A poco no es mejor saber, bajo la mirada de Cristo Jesús, que me espera una Vida Eterna después de la muerte, que andar dando tumbos por ahí, sin ton ni son?
Sandra Paola Zarza Atzin, Misionero de la Palabra