Tributo al Papa Francisco: la pérdida de un Buen Hombre y el Poder de la Fe Universal

por | Abr 30, 2025 | Catequesis, Esperanza y Fe, Piedad, testimonios

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La presencia del Papa Francisco era la de alguien verdaderamente bueno. (Mt 12,35; Mt 12,35; Mc 10,18) No bueno por apariencias, ni por ser “moralmente correcto” públicamente, ni tampoco selectivamente amable; sino genuino, profundo e incansablemente bueno. Cuando conoces a alguien así, algo cambia en ti, aún sin proponértelo; te sientes más liviano, más valiente, sientes que la humanidad, aún con todas sus heridas y maldades, todavía vale la pena.

Hoy, no sólo lamentamos la partida del Papa, lamentamos la pérdida de una de las personas más valiente, fuerte y coherente, por decir lo menos, que tenía la humanidad. Fue un hombre que volvió a hacer de la bondad algo radical (Ga 5,22; Ef 5,9), que les recordó a los poderosos que la humildad no es debilidad (Ef 4,2; Col 3,12), que habló del amor no como doctrina, sino como deber (Lc 11,42; Jn 13,35; Jn 15,10.17,26; Rm 8,35; 1Co 16,14; 2Co 5,14; Col 3,14; 1Jn 4,8-18). No era sólo un hombre religioso, era mucho más, algo único, era: ¡Espiritualmente Universal!

Su creencia en Dios, conllevaba una creencia en todos nosotros. Sus ojos, no veían denominaciones, veían dignidad (Hb 5,4), su voz, siempre suave -nunca débil-, cargaba con el peso de la verdad (Jn 1,14.17; 3,21; 14,6.17; 15,26; 16,13; 17,17.19; 18,37), incluso cuando ésta incomodaba, especialmente a los cómodos.

Él eligió el amor por encima de la doctrina, la compasión por encima del juicio (Jn 8,7.11), y, lo más notable, eligió la acción por encima del aplauso. Caminó con los pobres (Mt 5,3; 11,5; 19,21; St 2,5), se arrodilló ante los olvidados, desafió a los poderosos, no con ira, sino con coraje moral, y todo eso, lo hizo con una sonrisa que se sentía como una oración.

Él entendía lo que muchos líderes religiosos olvidan: que Dios no reside sólo en templos, iglesias o mezquitas, que la santidad no es un lugar, sino una manera de vivir, una manera de ver a los demás, una manera de elegir la bondad una y otra vez, incluso, hasta cuando duele.

Este mundo tiene la virtud de desgastar el alma de cualquiera: el ruido, la codicia, el odio, los rituales vacíos que se disfrazan de fe, el patriotismo, los valores familiares, etc. Por lo mismo, es fácil volverse insensible, caer en el cinismo. Pero, de vez en cuando aparece alguien que nos recuerda que lo mejor de nuestra naturaleza divina está todavía a nuestro alcance (Rm 12,2), que la bondad es aún posible, que no necesitamos ser perfectos para hacer el bien, únicamente necesitamos ser valientes. El Papa Francisco era esa clase de hombre.

Así que sí, hoy nos lamentamos, no sólo el mundo católico, sino la humanidad entera, porque cuando un hombre así se va, se siente como si una luz se hubiera apagado. (Mt 4,16; 5,14-16; Jn 1,4-9; 3,20-21; 8,12; 9,5; 12,46; Ef 5,8; 1Jn 1, 5.7; 1Jn 2,9; Ap 22,5)

Quizás, la forma de honrarlo sea convirtiéndonos (con la gracia del Espíritu Santo) nosotros mismos en esa luz. Recordemos su fe en la humanidad y dejemos que alimente la nuestra. Procuremos hacer las jugadas correctas en este complicado, brutal y, a la vez, hermoso juego, al que llamamos “vida”. Digamos la verdad con gracia, protejamos a los vulnerables, cuestionemos a los poderosos y ayudémonos y elevémonos los unos a los otros, no por quienes somos, sino porque estamos juntos aquí (en el mundo).

El Papa Francisco creía en un mundo donde la dignidad no era condicional, donde la fe se vivía, no solo se predicaba. Ese mundo aún puede existir… si nos comprometemos y dedicamos a construirlo. Entonces, quizás, ese sea el último regalo que nos haya dejado: un llamado, no a la desesperanza, sino al deber y al actuar. Porque, mientras llevemos su fe en y a los demás, sólo entonces, en verdad, Él no se habrá ido del todo.

Nota: Esta reflexión sobre el Papa Francisco es de un tercero, que, a la vez, me fue enviada por un amigo. Versa acerca del testimonio de alguien ajeno a la religión católica, quien por azares del destino le tocó estar cerca del Papa Francisco por una única vez y por un instante. No obstante, eso bastó para que le cambiara la vida, gracias al sentido de esperanza que obtuvo en ese fugás encuentro. Me he permitido afinar y adecuar la redacción conforme a los lineamientos del Blog del Instituto para poder así publicarlo y compartirlo, ya que me pareció una reflexión acertada, digna y honesta.

Colaborador: Rafael Roldán Fukutake, EBES.

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