Esta reflexión nace de la lectura de la Carta Apostólica Salvifici Doloris de San Juan Pablo II (1984), y se une a mi formación en el IPB-SCA.

¿El por qué del sufrimiento?

El sufrimiento es parte de la vida, no podemos negarlo. Es esa realidad universal que nos toca a todos. No es solo un dolor físico o una tristeza profunda, sino un misterio que nos obliga a preguntar: ¿por qué a mí? ¿Por qué sucede esto? Cuando sufrimos, sentimos que nos falta algo bueno, una especie de vacío o exclusión, y eso nos sacude.

La Biblia está llena de historias de dolor. Vemos a Job, un hombre justo que lo pierde todo y se lamenta; y a los salmistas que gritan su angustia. Pero ojo: la respuesta de verdad a nuestro dolor no la vamos a encontrar en el mundo, ¡sino en el Amor de Dios que se nos revela!

La Cruz: El Sentido de Nuestro Dolor

De tal manera amo Dios al mundo  que nos dio a su Hijo Unigénito cf. Jn 3,16. Jesús vino a vencer el pecado y la muerte, y lo hizo no solo haciendo milagros, sino abrazando la Pasión. Él es el «Siervo Sufriente» cf.Is 53,2-6 que se echó al hombro el sufrimiento de todos.

Piensa en Getsemaní y el Calvario. Jesús asumió ese dolor voluntariamente cf. Mt 26,39-42. Y justo por ser un acto de amor infinito, su sufrimiento abrió una puerta gigante de Redención. Esto quiere decir que, de un modo misterioso, cada dolor que tú y yo llevamos se puede unir al sacrificio de la Cruz.

Tu Dolor es Misión

El apóstol San Pablo lo entendió de una forma increíble. Por eso se atrevió a decir:

Ahora me alegro de mis padecimientos… y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesiacf. Col 1,24.

¡Imagina el poder de esto! Cuando ofrecemos nuestros sufrimientos a Cristo, se convierten en una fuerza espiritual para nosotros y para la Iglesia, trayéndonos paz y hasta una alegría profunda cf. 2 Co 1,5; 12,9. Nuestro dolor se transforma en una herencia: nos hacemos coherederos de su gloria cf. 2Co 4,17-18.

Además, no podemos sufrir solos. La parábola del Buen Samaritano Lc10,29-37 es una orden directa: no seamos indiferentes. Cristo nos recuerda que Él está presente en cada persona que sufre: “cuantas veces hicisteis algo por uno de estos, mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” cf. Mt 25,40.

El sufrimiento, al final, tiene una meta: despertar el amor en el mundo. Al unirnos al Verbo Encarnado, descubrimos que nuestro dolor tiene un propósito y una dignidad inmensa.

Oremos Juntos

Señor Jesucristo, sabemos que Tú eres nuestro Redentor y vives cf. Job 19,25.

Te entregamos hoy nuestros sufrimientos, nuestras debilidades y todo lo que nos aflige.

Danos la fuerza de tu Resurrección y tu inmensa consolación.

Ayúdanos a encontrar en este dolor la paz que solo Tú das, para que, unido a tu Cruz,

nuestro sufrimiento sea una semilla que haga florecer el Amor en la Iglesia y en el mundo.

Amén.